There are places that emit so much magic that traveling there has the same effect than a cure, a true energy recharge. Like pressing ctrl + alt + delete and restarting oneself. Like getting an extra life in a video game. That is exactly what an outsider can feel discovering the beautiful island of Sri Lanka, also known as “Ceylon” or very properly named “island of a thousand names.”

Above all, Sri Lanka is full of colors: green like its tea plantations, blue like Ella’s train, golden like the sand of its beaches and multicolored like its temples. Sri Lanka is beauty: the finesse of the strong features of Sri Lankan, the preciousness of the flowers they leave on the altars and the nobility of their temples. Sri Lanka is diversity: of ideas, religions and landscapes. But most of all, Sri Lanka is a thousand of smiles. The beauty of the island is not only found in its nature, its beaches, its landscapes or its temples, but also and especially in its people. Hospitality, kindness and generosity are in the air. If it rains (and when it rains, it rains a lot), they invite you to enter in their place. You meet someone in the street, he smile at you and say hello. You need help to orient yourself, they will guide you. Indeed this sincere and altruistic generosity is priceless.

From Sigiriya to Kandy, passing through the ruins of Polonnaruwa and Dambulla, climbing Adam’s peak, crossing Haputale tea plantations, traveling on Ella’s train, walking on the beaches of Mirissa or Galle and observing the local fauna in the National park of Minneriya, you will feel the beauty of the island everywhere. It tastes like eternity.

 



Hay lugares que desprenden tanta magia que viajar ahí tiene como el efecto de una cura, una verdadera recarga de energía. Como pulsar ctrl+alt+suprimir y reiniciarse. O como conseguir una vida extra en un videojuego. Eso es exactamente lo que puede sentir un forastero al cruzar la bonita isla de Sri Lanka, también conocida como “isla de Ceilán”, o muy adecuadamente “isla de los mil nombres”.

Ante todo, el Sri Lanka es todo color: verde como sus plantaciones de te, azul como el tren de Ella, dorado como la arena de sus playas y multicolor como sus templos.

El Sri Lanka es belleza: la finura de los rasgos de los ceilandeses, la preciosidad de las flores que dejan en los altares y la nobleza de sus templos.

El Sri Lanka es diversidad: de ideas, religiones, paisajes. Pero más que todo, el Sri Lanka es sonrisas. Lo bello de la isla no se encuentra solamente en su naturaleza, sus playas, sus paisajes o sus templos, pero también y sobre todo en su gente. Su hospitalidad, amabilidad y generosidad impregnan el aire. Si llueve (y cuando llueve, llueve mucho), te invitan a pasar en sus locales. Te cruzas con alguien en la calle, te sonríe y saluda. Necesitas ayuda para orientarte, te indicarán la dirección. Sin duda esta sincera y desinteresada generosidad no tiene precio.

Desde Sigiriya hasta Kandy, pasando por las ruinas de Polonnaruwa y Dambulla, subiendo el pico de Adam, cruzando las plantaciones de té de Haputale, viajando en el tren de Ella, andando en las playas de Mirissa o Galle y observando la fauna local en el parque nacional de Minneriya, se respira en el aire la belleza de la isla. Y con ella, una fragancia de eternidad.