Si hay algo difícil de capturar de un concierto son todas las sensaciones, emociones y pensamientos que bullen como burbujas de un buen caldo, unas más grandes que otras, anárquicas y sin orden establecido. Hay algo que se cuece ahí que se antoja imposible de representar en imágenes. Y, sin embargo, algo de eso está en esta serie de polaroids de Dani Cantó. Una serie que se construye en el «aquí te pillo, aquí te mato», ese que se aprovecha de la coyuntura sin adornos y sin planificaciones metódicas.
Un desfile de rostros de bandas ligado francamente a la efervescencia de la actuación que estas dieron en la minúscula —pero mítica— sala gracienca Heliogàbal minutos antes de ser retratadas. Una captura en caliente que el fotógrafo valenciano hermana a su tarea de programador de esta sala sin escenario en la que público y artista se mezclan desposeídos de cualquier artefacto disgregador. Ahí, en esa coordenada donde convergen espacio —todas las fotografías fueron tomadas o en la sala o en las inmediaciones de esta—, tiempo —la espontaneidad post-acto— y creación —la selección minuciosa de las bandas—, estas instantáneas toman la entidad de recuerdo: el de ese concierto que hervía como un buen caldo.